Sí. Un tema un tanto controvertido pero sobre el que sentía la necesidad de escribir. Sé que habrá muchos que estén de acuerdo conmigo y, al mismo tiempo y como suele suceder con temas polémicos como el que les presento esta semana, otros muchos que, todo lo contrario, estén más que en desacuerdo con esto que les enuncio.
Antes que nada, no quiero que esto se malinterprete; no soy de esas mamis o papis que se creen con el derecho de decirle a un profesor –recordemos, un profesional de la educación—cómo tiene que impartir sus clases (al igual que no nos metemos con un arquitecto o arquitecta cuando levanta un edificio). Pero esto me supera.
Me supera lo que veo a diario, con mi hermana que cursa 2º de la ESO. No quiero que se me tome como una hermana mayor superprotectora, mi-hermana-no-rompe-un-plato-y-es-divina-de-la-muerte. No veo normal que con esa edad, ni curso arriba ni curso abajo, estos preadolescentes salgan de sus casas, como tarde, a las 7 y media de la mañana, vuelvan a las tres o cuatro de la tarde y tengan que enfrentarse a varios (muchos) deberes o preparación de exámenes casi semanalmente (hablo del caso de mi hermana), dedicando, en consecuencia, más horas a su trabajo (porque es una labor a la que están obligados y obligadas) que las que haría cualquier adulto y más que muchos estudiantes a nivel universitario.
Se supone que con esta intensa jornada, estos futuros adultos/as tendrían que situarse en la cumbre de la educación europea, tener muy buen nivel de comprensión y expresión en nuestra querida lengua, matemáticas, inglés… y de esas otras asignaturas que muchos quieren hacer desaparecer por su “poco valor práctico para el mundo que se nos viene”. Pero las estadísticas, si no me equivoco, no reflejan esto (basta con consultar los informes PISA o este estudio. Gracias Alba por el dato ;)). Fracaso escolar, abandono de los estudios y… lo más importante: un estrés un tanto anormal para el nivel de secundaria obligatoria. ¿En qué estamos fallando, entonces?
Si bien en los resultados de estos prestigiosos estudios entran en juego varios factores como la desigualdad, los medios de las diferentes comunidades autónomas, el número de veces que el alumno haya repetido curso, la exclusión social… hay una idea clara, y es que el instituto se convierte en un foco de estrés para muchos alumnos. Claro está que todos preferiríamos estar en la playa o en el campo, o en casa jugando a la play antes que estar seis horas sentados en una silla escuchando a un adulto, pero hay formas de hacer esta tarea más llevadera. Y no es que esto se haya convertido en una pesadilla insufrible en estos últimos años (todos hemos pasado por eso, y la disciplina es necesaria), sino que es un tema en ebullición desde hace relativamente poco.
Creo que la preadolescencia (ya ni hablemos de la adolescencia) es una etapa bastante complicada, si no la que más, que marca el futuro, tanto profesional como personal de todos y todas. Los adultos, de una forma u otra y en mayor o menor medida, están marcados por las decisiones tomadas en estos años de granos, gallos y descubrimiento del cuerpo, la gente y la vida misma. Uno ve florecer el espíritu crítico que nos caracteriza, y con ello, opiniones y gustos, pero a la vez, acompañado con inseguridades por lo que/quienes te rodean. Y el instituto (“bendito” instituto) no hace esta tarea más fácil. Por eso, creo que es una etapa para la que se necesita tener tiempo para realizar otras actividades, aficiones que se alejen de las aulas y en las que se pueda volcar todo ese talento, vivencias y sentimientos. Creo que muy a menudo subestimamos a la juventud más prematura, y nos escudamos en que están en una etapa de cambios y son muy irascibles (o insoportables, como te guste más). Pero sin duda, es una etapa de la que se pueden sacar muchas cosas positivas y en la que se tiene una creatividad sin precedentes, o más bien, cruda, que lamentablemente en la edad adulta no sacamos a relucir –aunque siga ahí. Y esta creatividad muchas veces se ve privada de su explotación máxima por estar ocupados por otros temas académicos de mayor relevancia, como siempre, “para el futuro profesional”.
¿Y qué les puedo decir? Veo igual de importante una clase de tecnología que una extraescolar de baloncesto. Igual de importante la clase de educación física y la de pintura. Porque creer que la educación solo está en las aulas (y es responsabilidad del personal docente) y, sobreexplotarla, es algo muy desfasado para mi gusto. Como dijo un gran profesor de Estudios Clásicos el primer año de carrera, reformulo: “por favor, falten una semana entera de clase y cojan un vuelo barato de esos de Ryanair a Roma. Ahí van a aprender mucho más que aquí sentados escuchándome”. Creo que resume bien lo que pienso al respecto.
Y lo peor (o lo mejor) es que este es un tema del que se ha discutido de toda la vida. Michel de Montaigne en Dos ensayos sobre la educación, allá por finales del siglo XVI se planteaba estas cuestiones en materia de educación (puedes leer al respecto pinchando aquí). El rechazo del memorizar por memorizar, de no aplicar lo aprendido de forma teórica, la falta de clases al “aire libre”… es decir, la inutilidad de la teoría más pura cuando esta no tiene una función práctica, el saber por saber en detrimento del saber para razonar, para aprender. Pero no quiero hacerles spoiler, así que me detengo aquí para que se deleiten con su lectura y saquen sus propias conclusiones.
Porque al fin y al cabo… la educación se trata de eso, ¿no?
Torinotti.